Cuenta la historia que marca el tiempo, que entre la pampa y el mar recorría el desierto un hombre alto, delgado, con el pelo blanco al viento.

Tenía casi 100 años, le faltaba una pierna que remplazaba por una pata de palo que día a día él mismo reparaba para que no crujiera, ni le dañara.

Dicen que era un artista, que hablaba de poesía, que recitaba largas historias, que dramatizaba, que pintaba y hacía letreros, paisajes y telones. Dicen que también era titiritero. Un día cansado de caminar, de ser un juglar se puso su corbata humita voladora y un gran sombrero alón y descendió cerca del mar. Armó su carpa y se puso a actuar, contaba historias de un cuantohay, de la pampa, de los gatos, de los amores, de las corsarias, de que era un ángel, de que era un filibustero, hasta por ahí decían que era medio embustero. No se casó como Dios manda, pero tuvo amigas y mujeres, todas eran sus reinas, que vestidas como tal junto a él desfilaban en los pasacalles de carnavales. Como era un saltimbanqui que venía de Venezuela, casa acá no tenía.

Vivió por mucho tiempo en los altillos del entretecho de un teatro, y entre hendijas miraba a los actores que se transformaban al leer historias de Jorge Díaz, Sieveking, De la Parra, pero a él estas cosas raras no le gustaban.

El quería más gente, más música, más zarzuela, más alegría que contar tragedias. Y así el tiempo le fue cobrando la cuenta… y casi al llegar al siglo súper Willy Zeta ¿o Ce? se empezó a apagar, sus trajes se descoloraron, sus álbumes en una sola foto se convirtieron, y cuando él murió sus amigos casi no supieron… pero eso no es todo, ya que cuenta la muchachada que en las noches de estreno en esa sala de teatro donde él moraba, observa si su silla aún está desocupada.